FARO ISLOTES EVANGELISTAS
UN MONUMENTO AL ESFUERZO DE LOS CHILENOS
SOM Sr.
Gustavo González Cortés
Allá por
el año 1890 la navegación a vapor era un
hecho rutinario y el auge de los países del Pacifico atraía con creciente
intensidad el tráfico marítimo desde Europa y la costa oriental de América. No
obstante, aún eran muchos los barcos que preferían aventurarse a navegar el
Cabo de Hornos, que atravesar el Estrecho de Magallanes. Y la causa era
solamente la falta de faros en los lugares peligrosos. La entrada occidental
del Estrecho era especialmente difícil de declarar, por tener de enfilada y en
pleno océano, cuatro islotes abruptos, que deben soslayarse para tomar el
canal, estos son los islotes Evangelistas.
En la
presidencia del Almirante Jorge Montt y a sugerencia del Gobernador Manuel
Señoret, se atacó este problema, decidiéndose construir un faro en estos
islotes. Se comisionó a la escampavía “Cóndor”, al mando del teniente Baldomero
Pacheco, quien en diciembre de 1892, logró desembarcar en el islote mayor luego
de esperar durante dos semanas que le favoreciera un día de calma.
El
teniente Pacheco hizo un detenido estudio del lugar e informó al gobernador
Señoret la factibilidad de construcción de un faro en lo alto del picacho,
señalando las dificultades de desembarco, la braveza permanente del mar, la
fuerza de los vientos, lo corto de los días laborables en invierno y el clima.
Señoret
trasladó el informe a Santiago con la recomendación de efectuar la obra,
necesaria para la navegación del estrecho, añadiendo que pese a las
dificultades, el sitio elegido era el único conveniente, y que la obra sería un
monumento al esfuerzo de los chilenos.
Accediendo
a lo propuesto, el Presidente Jorge Montt contrató al ingeniero escocés George
Slight, especialista en faros, el que comenzaría por construir algunos
imprescindibles a lo largo del país, construcciones tan sólidas que varias de
ellas perduran hasta nuestros días.
El más
difícil, Evangelistas se dejó para el final, pero ya el equipo de construcción
estaba bien entrenado. En el verano de 1894, se trasladaron desde Punta Arenas
a Evangelistas a bordo del Cóndor al mando del teniente Pacheco, los ingenieros
Slight, el austriaco Luis Ragosa y el capataz inglés Eduardo Williams, para
diseñar juntos el planeamiento de construcción, después de una corta espera
llegó un día de calma relativa, en que los diseñadores pusieron pie en el
rocoso promontorio. La superficie del islote elegido para el faro, en su cima,
tiene unas dos y media hectáreas planas, en las que podría construirse la
estructura, las bodegas, casas para fareros, galpón de máquinas, corrales para
ovejas y el estanque de captación para aguas lluvias, abajo en los bordes de
los islotes, el mar rompe con furia indescriptible; seria inaccesible si no
contara en uno de sus extremos con un lugar protegido de marejada, un
acantilado pequeño de veinte metros de altura, que cae perpendicular al mar
como el costado de un molo; ese es el sitio al que hay que saltar, cuando la
cresta de la ola lo permite, después viene una pendiente rocosa que sube hasta
los 60 metros de la cima.
En mayo de
1895 una vez hechos los planos, el equipo de construcción se dirigió a iniciar
los trabajos. Nuevamente el Cóndor con el teniente Pacheco más la goleta
regional “Enriette”, al mando del capitán Eduardo Lamiré, el equipo lo
constituían los ingenieros y capataces, con veinte marineros y obreros
escogidos entre lo mejor del arsenal naval.
Los buques
fondearon en Puerto Pacheco en la isla del mismo nombre situada a 30 millas del
islote, en espera de tiempo favorable para el desembarco. Mientras ocurría
esto, se construyó en la isla una bodega para el acopio de materiales. A los
veinte días de espera se presentó el tiempo ideal, ingenieros y operarios
saltaron a la roca y escalaron la cima, ante la indiferencia de una gran
cantidad de lobos que los miraban subir en los dominios que eran solo de ellos
desde tiempos remotos.
La vista
desde la cima es impresionante, hacia el noreste y hacia el este se divisan
islotes e islas del archipiélago Reina Adelaida, hacia el sureste, nítido
despejado, la boca de entrada al Estrecho de Magallanes, hacia el sur y el
oeste, la vista solo tiene como escenario el inmenso Pacífico. En el extremo
protegido se halló una gruta bastante amplia que inicialmente sirvió de refugio
a la gente, tenía además una profunda hendidura cubierta con esqueletos de
lobos, acumuladas allí desde quien sabe que tiempos, se le llamó la quebrada
osamenta.
Dispuesto
el plan de trabajo, se desembarco en viajes sucesivos al personal. Un mes más
tarde llegaron de Valparaíso la escampavía “Yañez” y la goleta “María Colombo”
que junto a la goleta “María Teresa” de Punta Arenas se encargaron del acarreo
de materiales, desde Punta Arenas a Puerto Pacheco y al islote cuando era
posible. Se inició el trabajo construyendo el estanque de captación de agua,
elemento indispensable para todo, luego abrir un camino en la roca viva e
instalar un pescante en el molo acantilado, por el cual se izaban los bultos
desde las chalupas balleneras precariamente atracadas a la roca lisa, las que
subían y bajaban con el oleaje.
En mayo de
1895, se trasladó la bodega de isla Pacheco hasta el puerto Cuarenta Días,
llamado así porque una de las escampavías llegó a esperar todo ese tiempo
intentando acercarse a los islotes, para lograr fondear en las inmediaciones
del peñón Evangelistas, no tuvo ocasión de desembarcar y debió regresar al
lugar de la espera, pero “40 Días” estaba solo a 15 millas del islote y aunque
era más difícil observar el momento favorable y llegar en menos tiempo, tenía
un buen puerto de fondeo.
Fácil es
de imaginar la titánica tarea que significó la erección de la torre cilíndrica
de 11 metros de altura y 10 de diámetro, la casa habitación, bodega, corral,
las grúas y pescante de carga, etc., ¡Ah! No olvidemos que parecía inconcebible
e imposible, rieles de acero, una vagoneta y una pequeña locomotora a vapor
para el acarreo de los materiales pesados hacia la cima y que tiraba los
aparejos del pescante.
Con todas las
dificultades, se subieron a la altísima roca, sin grúas ni redes, 300 metros de
rieles, el vagón y la locomotora, materiales de construcción, cemento, carbón,
víveres, para seguir después por una pendiente de 150 metros en zigzag, en una
hazaña impresionante, azotado el personal por los gélidos vientos y tormentas
que golpean con furia despiadada los aislados peñones.
Los días
enteramente aprovechables eran pocos y las obras avanzaban con lentitud, pero
en forma decidida, muchas veces los vientos huracanados amenazaban con
arrastrar hombres y materiales a lo profundo del despeñadero, allá donde las
inmensas olas rompían en rugiente espuma. En un año de observación
meteorológica, el sol estuvo visible por todo un día solo en cinco
oportunidades, otras diez por rato, el resto estuvo nublado completo. Las
temperaturas que se apartaban muy poco del cero grado. Lluvias torrenciales con
un promedio de hasta 5.000 milímetros por año. Esto nos da una idea del
espantoso clima imperante en la boca del estrecho.
El 28 de
mayo de 1895, se colocó la primera piedra de la torre del faro, en una
ceremonia sobria en que el Inspector de Faros Sr. Slight, depositó en la base
una caja de plomo con un pergamino recordatorio, mientras se entonaba nuestro
himno nacional coreado por los esforzados constructores, y en una improvisada
asta, flameaba furiosa nuestra bandera en la cima de ese agreste peñón de la
patagonia. Un año más tarde quedaba instalado el fanal y sus aparatos mecánicos
en lo alto de la torre. A fines de agosto empezaron a llegar los dos fareros
contratados, el jefe y sus respectivas familias con muebles y enseres. En
seguida los cerdos, ovejas y aves para el consumo. Entre el 10 y el 15 de
septiembre comenzó la evacuación de los constructores, con lo cual los nuevos
habitantes fueron quedando solos en la inmensidad del océano que tenían por
delante y listos a empezar su labor. La noche del 18 de septiembre de 1896, la
luz potente del Faro Islotes Evangelistas iluminó hasta 40 millas de distancia
para señalar la puerta de entrada al Estrecho de Magallanes. Era la fecha en
que el presidente Don Jorge Montt hacía entrega de la magistratura de la nación
al Sr. Federico Errázuriz E. Quedaba anotado en la hoja de trabajos importantes
y servicios a la nación del Almirante Montt, la erección de esta obra de
titanes, obra que perdurará durante otro siglo, aunque su utilidad llegue a
cesar por el avance vertiginoso de los sistemas de ayudas a la navegación, que
por estos días ya apenas necesitan de visual directa para trazar sus rumbos.
La primera
dotación fue conformada por las siguientes personas: Jefe del Faro el ex
Ingeniero de la Armada, Ingeniero 3° Juan Cruz Márquez; los guardianes Andrés
Stambuck; Vicente Arriagada; Juan Ursic, el ex Contramaestre de la Escampavía
Yañez Guillermo Williams Mac Kay, y con esta primera dotación también el
capataz inglés Eduardo Williams Scott, que fue contratado por el gobierno como
guardián de faros. Este hombre permaneció en Evangelistas durante treinta años
sin ser relevado a otro puesto más cómodo. Lo ayudó a construir y amaba su
peñón agreste y solitario como el mismo, en 1925, se le concedió el retiro casi
obligado; dejó el estrecho y regresó a su ya olvidada patria, falleció en
Londres en el año 1930, seguro estoy que la nostalgia de su “Faro del fin del
mundo” lo acompañó hasta el día de su muerte.
Cuarenta
días después de encendida la luz del faro, a fines del mes de octubre de 1896,
pasó frente al islote el barco que llevaba a Valparaíso al comandante Manuel
Señoret, que también había entregado la gobernación de Punta Arenas, después de
una fructífera etapa en Magallanes.
Así, se
llevó a cabo esta obra realmente colosal, la que perdurará en el tiempo para
confirmar el espíritu del esfuerzo y sacrificio del chileno, y mientras quede
una nave que pueda guiar con su luz, el fanal de Evangelistas seguirá brillando
para iluminar las tinieblas del océano austral brindando seguridad a la
navegación
Quienes
han habitado el “Faro Islotes Evangelistas”, siempre recordarán con
nostalgia aquellos lugares que muchas veces sirvieron de paseo, descanso,
reflexión, recreación y trabajo; el burro, la aduana, la gruta, la pingüinera,
rondizzoni, la meseta, coihueco, el
titicaca, la visera, la piscina, el dinosaurio, la mina, la lobera la bóveda de
la torre y muchos otros lugares que dejo a la imaginación. El Farero que
ha estado ahí sabrá entender y podrá decir con orgullo y satisfacción, que el
recuerdo de su estadía en la “Roca” lo llevará marcado en su mente y su
corazón por el resto de sus días.
“El
corazón de un farero no late, destella”.
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